
Es decir, como la mirada sobre cada elemento constitutivo de una ciudad varía de acuerdo con el contexto histórico en que nos encontremos, entendemos que hoy, perfectamente, se podría estar valorando lo que mañana poca importancia tendría e, inversamente, en este momento se ha menospreciado un importante elemento patrimonial de gran presencia urbana y progresivo valor arquitectónico. Consecuencia que nos obliga a definir el valor de la arquitectura en el minuto indicado, protegiéndola, de esta manera, de cualquier diferencia que se presente con el correr de los años.
Frente a esta realidad, cabe cuestionarse por la cita inicial -postura sostenida por el Movimiento de conservación y restauración del patrimonio construido, avalado por la Unesco-, ya que el edificio que contenía al colegio Padres Franceses SSCC de Viña del Mar, ubicado entre las calles Uno Norte y Dos Norte de esta misma ciudad, desapareció en menos tiempo de lo que distancia, por ejemplo, dos ediciones de esta misma revista, es decir, mientras usted leía el número anterior, el edificio se encontraba en pie transmitiendo su valor e identidad; hoy, mientras lee esta columna, ya no existe.
El edificio, proyectado por el arquitecto Luis Azócar, como muchos otros, no alcanzó a cumplir los cien años de vida, producto de la fuerza inmobiliaria incidente en dicha área, fuerza que consiguió su objetivo, no por los 8,3 millones de dólares que se pusieron sobre la mesa, sino por la propia normativa que no privilegió su conservación, permitiendo la edificación de un proyecto con una importante densidad de departamentos de vivienda. Es decir, nuevamente fuimos víctimas de una consecuencia incomprensiblemente comprensible, ya que si la norma permite hacer lo que se hizo, económicamente se transforma en un absurdo que no se haga.


Ahora bien, conservarlo no implica mantenerlo sin intervenciones. Frente a este concepto, cabe señalar el ejemplar proceso evolutivo que ha manifestado la tumba del primer Papa. Sobre ella, es decir, sobre este importante mausoleo considerado como un destacado elemento patrimonial, se decide construir una de las basílicas más grandes del mundo. Finalmente, y como siguiente paso, se faculta a Gian Lorenzo Bernini para proyectar, como complemento, entre otras cosas, una plaza ovalada con columnatas perimetrales, es decir, la intervención a partir de sus nuevas necesidades, pone en valor lo que inicialmente formaba parte importante de la identidad de Roma.
En síntesis, lo normal es que las costumbres y demandas muten y se especialicen a lo largo de la historia; lo anormal es entender que por culpa de ellas se tenga que demoler una obra de arquitectura.



1.Carta de Cracovia 2000. Principios para la conservación y restauración del patrimonio construido. [fecha de consulta febrero del 2006], disponible en: www.unesco.org/es
This entry was posted
on martes, 16 de diciembre de 2008
at 12/16/2008 10:27:00 a. m.
. You can follow any responses to this entry through the
comments feed
.