Identidad de Valparaíso: ¿HOMICIDIO O SUICIDIO?  

Posted by Javier Alvarado Navarro

Multifacético, tridimensional, ciudad puerto, polo de desarrollo, capital cultural, son algunos de los nombres con los que se ha tildado esta emblemática ciudad, ya que, consecuentemente, ha sido, entre otras cosas, materia de estudio, localidad de vida, área de trabajo, destino turístico y gastronómico, incluso, museo a cielo abierto, pero la más lamentable de todas, y de manera progresiva, área de intervención inmobiliaria que escasamente -o más bien nada- logra reconocer su condición de Capital Cultural de Chile y Patrimonio Cultural de la Humanidad. Interesantes galardones y reconocimientos a escala internacional, destacándose su configuración, la adaptación de sus casas a la topografía, el programa de las viviendas, materiales, altura, colores y vistas a la bahía porteña.

Claro está que sus cualidades han sido perfectamente identificadas por inversionistas de distinta índole y presupuestos. Por un lado, tenemos ciertas agrupaciones que, con mucho esfuerzo, han logrado entregar una interesante rehabilitación con plena conciencia y respeto por las condiciones y fortalezas patrimoniales, y por otro, los mega inversionistas que, obviamente, aprovechan la oportunidad que les permite la norma de hacer todo lo que no está prohibido, traduciéndose en fuertes impactos que, tarde o temprano, lamentará la ciudad porteña. En consecuencia, al señalar que de poco o nada sirven los reconocimientos que ha tenido la ciudad, no son culpables precisamente los que construyen, sino, más bien, la norma que permite hacer lo que se está haciendo.

Innumerables torres sin relación alguna con su emplazamiento y esencia urbana, algunas, incluso, con dieciocho niveles de altura, con un estilo que nunca ha sido el de Valparaíso, más bien, un estilo que no es de nadie más que el de levantar y entregar, desaforadamente, la mayor cantidad de edificios con la mayor cantidad de departamentos posibles permitidos por la norma, mas aún, con el menor costo de inversión, tratando de recibir el máximo por el mínimo.

Equívocamente muchos tienden a asociar con esto un querer “sacarle partido a las fortalezas de la ciudad”, construyendo viviendas en uno de los lugares mas atractivos de la región y del país. Paradójicamente, por querer estar en dicho lugar, a partir de estas torres que permiten este beneficio, rápida y precisamente, son las que hacen que el lugar no sea el que quieren habitar. A partir de esta realidad, es la identidad de la ciudad puerto la que comienza a desaparecer y, junto con ella, las cualidades que consiguieron sus galardones y reconocimientos.

Lamentablemente, estas invasivas edificaciones no corresponden a la realidad del barrio, dejando de lado el respeto por la vista, el asoleamiento, la silueta de la ciudad que cautiva a sus visitantes, sobre todo a los que llegan por mar, y mucho menos, su tipología, inhibiendo lo intrínseco y vernáculo de la ciudad puerto.

Las casas se han transformado en un escenario urbano para ser visitadas por estos edificios, los cuales, lo más probable, es que quedarán más tiempo que la causa y fundamento de su aparición. Cabe preguntarse sobre la existencia de una norma que proteja y resguarde tales fortalezas, por último, como respeto a quienes cooperaron y premiaron con grandes beneficios las cualidades de Valparaíso.

Pd: Lamentablemente el beneficio, en este caso a largo plazo, aun siendo más sano, interesante y fructuoso, no calza con nuestra ordenanza.

SSCC:¿Oportunidad inmobiliaria o pérdida de identidad?  

Posted by Javier Alvarado Navarro

“Cada comunidad, teniendo en cuenta su memoria colectiva y consciente de su pasado, es responsable de la identificación, así como de la gestión de su patrimonio. Los elementos individuales de este patrimonio son portadores de muchos valores, los cuales pueden cambiar en el tiempo (…) A causa de este proceso de cambio, cada comunidad desarrolla una conciencia y un conocimiento de la necesidad de cuidar los valores propios de su patrimonio”(1).

Es decir, como la mirada sobre cada elemento constitutivo de una ciudad varía de acuerdo con el contexto histórico en que nos encontremos, entendemos que hoy, perfectamente, se podría estar valorando lo que mañana poca importancia tendría e, inversamente, en este momento se ha menospreciado un importante elemento patrimonial de gran presencia urbana y progresivo valor arquitectónico. Consecuencia que nos obliga a definir el valor de la arquitectura en el minuto indicado, protegiéndola, de esta manera, de cualquier diferencia que se presente con el correr de los años.

Frente a esta realidad, cabe cuestionarse por la cita inicial -postura sostenida por el Movimiento de conservación y restauración del patrimonio construido, avalado por la Unesco-, ya que el edificio que contenía al colegio Padres Franceses SSCC de Viña del Mar, ubicado entre las calles Uno Norte y Dos Norte de esta misma ciudad, desapareció en menos tiempo de lo que distancia, por ejemplo, dos ediciones de esta misma revista, es decir, mientras usted leía el número anterior, el edificio se encontraba en pie transmitiendo su valor e identidad; hoy, mientras lee esta columna, ya no existe.

El edificio, proyectado por el arquitecto Luis Azócar, como muchos otros, no alcanzó a cumplir los cien años de vida, producto de la fuerza inmobiliaria incidente en dicha área, fuerza que consiguió su objetivo, no por los 8,3 millones de dólares que se pusieron sobre la mesa, sino por la propia normativa que no privilegió su conservación, permitiendo la edificación de un proyecto con una importante densidad de departamentos de vivienda. Es decir, nuevamente fuimos víctimas de una consecuencia incomprensiblemente comprensible, ya que si la norma permite hacer lo que se hizo, económicamente se transforma en un absurdo que no se haga.

Ahora cabe cuestionarse también el porqué de su conservación, ya que no todo lo antiguo posee un valor patrimonial, pues existen edificaciones de mayor antigüedad tan aberrantes como muchas de las recientemente construidas. Lo importante es saber cuándo una obra de arquitectura nos transmite información, como un material de lectura que nos ayuda a entender la identidad y origen de una ciudad. Si no tenemos pasado a modo de iniciación urbana, sólo somos lo que dicta la realidad del minuto, muchas veces con influencias ajenas y descalzadas.

Ahora bien, conservarlo no implica mantenerlo sin intervenciones. Frente a este concepto, cabe señalar el ejemplar proceso evolutivo que ha manifestado la tumba del primer Papa. Sobre ella, es decir, sobre este importante mausoleo considerado como un destacado elemento patrimonial, se decide construir una de las basílicas más grandes del mundo. Finalmente, y como siguiente paso, se faculta a Gian Lorenzo Bernini para proyectar, como complemento, entre otras cosas, una plaza ovalada con columnatas perimetrales, es decir, la intervención a partir de sus nuevas necesidades, pone en valor lo que inicialmente formaba parte importante de la identidad de Roma.

En síntesis, lo normal es que las costumbres y demandas muten y se especialicen a lo largo de la historia; lo anormal es entender que por culpa de ellas se tenga que demoler una obra de arquitectura.










1.Carta de Cracovia 2000. Principios para la conservación y restauración del patrimonio construido. [fecha de consulta febrero del 2006], disponible en: www.unesco.org/es